Los vampiros son una de las figuras más emblemáticas de la ficción, no importa si hablamos de literatura o de cine: ¡están por todos lados! A lo largo de la historia, hemos visto una fascinante evolución del arquetipo del vampiro que lo ha hecho adaptarse a todas las épocas. En este viaje a través del tiempo y la transformación, exploraremos las distintas facetas del más famoso chupasangre.

Etapa gótica (1870-1900): Carmilla y el terror enigmático

El mundo vampírico vio sus inicios con distintas obras, pero una de las primeras y más reconocidas es Carmilla del irlandés Sheridan Le Fanu. Este relato, publicado por primera vez en 1871, presentó a una mujer vampiro misteriosa y de alta cuna como la protagonista.

Con esta historia se comienza a vislumbrar un poco de lo que se convertiría en el arquetipo del vampiro y la literatura gótica: una persona enigmática, que vive en las penumbras, rodeada de castillos oscuros, y que posee una personalidad cautivadora e irresistible.

La figura de Carmilla representó un parteaguas, no solamente por su aura de misterio y terror, sino porque también abrió el tema de conversación hacia la diversidad sexual que resultaba un tabú en el siglo XIX.

La consolidación del mito: Drácula y el arquetipo clásico

Casi treinta años después de la publicación de Carmilla, Bram Stoker lanzó a la luz su novela Drácula, cuya relevancia en la literatura y la cultura mundial es innegable. Desde su primera aparición hasta hoy en día, encontramos referencias del Conde Drácula en casi todo el contenido vampírico de la literatura, cine y televisión.

Este personaje refuerza parte de los estereotipos que ya se habían visto: el misterio detrás de la figura vampírica, su deseo por la oscuridad y la seducción en su personalidad.

El Conde Drácula es un personaje arquetípico y tradicionalista en sus modales, pero con ideas liberales en temas tabú. Sus cualidades lograron añadir más personalidad a este personaje inmortal, cuyas características fueron retomadas por autores modernos para la creación de sus propios vampiros.

La angustia existencial (1970-1990)

Para entender la evolución del vampiro hacia su forma moderna, es imposible ignorar el trabajo de Anne Rice en su serie Crónicas Vampíricas (1976), con personajes icónicos como Lestat de Lioncourt y Louis de Pointe du Lac. Rice redefinió el mito, llevándolo de ser un monstruo depredador a ser un ser atormentado, filosófico y melancólico.

Los vampiros de Anne Rice no son solo máquinas de matar; son criaturas que sufren el peso de la eternidad, cuestionan su moralidad y viven en una constante angustia existencial. Esta humanización del vampiro fue el puente perfecto, sembrando la semilla para que las generaciones futuras pudieran imaginar al chupasangre no solo como una amenaza, sino como un protagonista romántico y complejo.

La domesticación del vampiro: Familias de sangre y por sangre

El mito de los sangre-adictos también lo podemos encontrar hasta en las familias más tradicionales de Inglaterra. En Los Radley del inglés Matt Haig, conocemos un lado distinto del mito vampírico: el familiar y tan cotidiano que hasta podría ser humano.

La novela de Haig es un claro ejemplo de cómo a lo largo del tiempo, en algunos escenarios la figura del vampiro se ha domesticado para poder encajar y adaptarse al mundo moderno. El vampiro pasó de vivir en un castillo embrujado en Transilvania a una casa en los suburbios; de vivir seduciendo a sus víctimas, a adecuarse a las normas sociales para no sobresalir.

¿Pero qué tanto es posible que un vampiro se mezcle con los mortales sin que se desaten sus verdaderos instintos? Los Radley tendrán que averiguarlo de forma peligrosa.

Etapa romántica (2000s): La creación del arquetipo moderno

En la historia de vida de este personaje de ficción, siempre se ha destacado la relevancia que tiene en temas de relaciones con personas humanas. Por esta razón, es que no es raro que años después de su creación, uno de los géneros en donde aparece con mayor frecuencia es en el del romance.

Si pensamos en el romance interespecie que más ha dado de qué hablar en la literatura en por lo menos la última década, tenemos que mencionar la saga de Crepúsculo de Stephenie Meyer. Compuesta por cuatro libros y varios spin-offs, la publicación del primer libro y las películas adaptadas avivaron la fiebre vampírica que hasta ahora sigue más vigente que nunca.

A pesar de que el primer libro retoma mucho de otro clásico, Cumbres Borrascosas de Emily Brönte, los libros de Meyer se basan en la mitología del vampiro. Sin embargo, una de las más grandes diferencias es la personalidad del vampiro protagonista, Edward Cullen, que es mucho más tradicional y poco trata de explorar temas tabú, a pesar de estar situado en el contexto de principios de los dosmiles.

Con el paso del tiempo, y a partir de la creación de esta saga, se han publicado nuevas novelas que nos dan un vistazo a la posibilidad de explorar este tipo de relaciones interespecie. Siempre alimentando la fantasía de las posibilidades de un ser que ha vivido tantos años y que tiene que adaptarse a la modernidad de vivir y amar.

Ejemplo de esto es la novela Mi Roomie Es Un Vampiro de Jenna Levine que cuenta la historia de una pareja humana-vampiro en donde la protagonista, Cassie Greenberg está buscando apartamento en la muy cara ciudad de Chicago y se encuentra con un personaje que duerme todo el día, vive de noche y habla como si hubiera salido del siglo XVI. ¡Es un vampiro y vivirán un tórrido romance!

La historia de Levine nos recuerda que, sin importar la época ni la especie, los vampiros desarrollan relaciones interpersonales porque la necesidad de crear lazos y comunidad no deja de existir aun para los inmortales.

La evolución del vampiro en la literatura refleja los miedos y deseos de cada época. De la amenaza oscura y sexual de Drácula, pasando por la melancolía filosófica de los vampiros de Anne Rice, hasta el conflicto romántico y domesticado de Edward Cullen, el arquetipo del vampiro moderno ha pasado de ser el depredador temido a ser el amante torturado. Esta capacidad de transformación asegura que el chupasangre favorito de la ficción siga fascinando a las futuras generaciones.